En este último cuadro de la negación
de Pedro vemos que Lucas introdujo un pequeño pero muy profundo detalle. Al
instante que Pedro niega Jesús por tercera vez y oye el cantar del gallo, “Entonces, vuelto el Señor, miró a Pedro; y Pedro se acordó
de la palabra del Señor, que le había dicho: Antes que el gallo cante, me
negarás tres veces.”
Esa mirada tuvo que haber devastado a
Pedro de varias maneras. Cuando el Señor nos mira en nuestro pecado y rechazo,
lo que sentimos es abatimiento amargura y profunda tristeza. La verdad es que:
el Señor nos ve todo el tiempo, en nuestros diversos errores, pecados,
negaciones y rechazos.
¿Qué fue esta mirada? ¿Qué Pedro vio
en los ojos de Jesús? ¿La mirada significo: “yo te dice”? No creo que el Señor
se regocijo con el hecho de Pedro.
¿Jesús miro a Pedro con ojos de ira y
juicio? No creo que Él haría. Jesús nos ama incondicionalmente (Rom 5:8).
Aquella mirada no significo: “¿Como tu
ha podido hacer eso?” No creo que la mirada de Jesús comunico dolor personal.
Jesús no vino para sobrecargarnos con culpa, más bien, para eliminarla.
Creo que aquella mirada fue amor puro
y santo, que no suportamos contemplar cuando estamos en nuestro pecado. En
nuestra justicia propia, podríamos entenderlo, y hasta aceptarlo con una mirada
de ira, decepción, dolor o quizá palabras como: “yo te dice”. Pero cuando el
Señor continua a mirar a nosotros con amor puro y inmaculado, eso nos quita
toda justicia propia y nos hace ver el amor santo rechazamos. No podemos
suportar Jesús nos mirando, con ese amor puro y santo cuando fallamos tan
miserablemente. Así que, como Pedro, volvemos nuestro rostro y lloramos
amargamente, cuando fallamos con nuestro Señor.
“Lloró amargamente”. Si Pedro hubiera procurado
hacer caso a la amonestación de Jesús de velar y orar (Mt 26:41) con tanto
fervor como el que manifestaba ahora al llorar por sus palabras de traición,
nunca las hubiera pronunciado. Pero a pesar de que a Pedro sin duda le parecía
que todo estaba perdido -hasta su misma persona-, el amor del Salvador lo
reanimó y le ayudó a superar este trágico episodio. Lo mismo puede ocurrirnos a
nosotros. Ninguna hora es tan oscura, ninguna experiencia de dolor y de chasco
es tan amarga, como para que la luz del amor de Jesús no pueda fortalecernos y salvarnos.[1]
Conclusión
Si, cuando pecamos
contra el Señor, pudiéramos
seguir mirando a la
cara, veríamos que este santo amor nos
acepta. Él nos
perdona y nos
limpia. Líbranos de la culpa y nos remueve la vergüenza.
Sana a los abatidos y levanta el indigno.
Si pudiéramos contemplar
el rostro del Señor, veríamos
una mirada amable que dice: "Venid a mí".
Es la cara de Aquel
que ama de tal
modo que vence a nuestro pecado. Incluso,
lleva nuestra culpa como siendo suya. Un amor que nos une a sí mismo. Mira esa cara,
mediante la fe, implica sentir y conocer el amor
más santo, más
sacrificial y redentor posible.
El mayor problema de Pedro
no fue por haber negado a Jesús tres veces. Él
fue restaurado de eso. Nuestro mayor problema no
es negar o decepcionar a Jesús. El
mayor problema de Pedro fue que él salió
y lloró solo,
en lugar de correr para el rostro amoroso de
Jesús. Nuestro mayor problema es quitar o alejar nuestros ojos
de Jesús. Jesús
quitó nuestros pecados. Tenemos que mirar y
seguir mirando a
Él hasta que nos
regocijamos en su
aceptación amorosa. Como creyentes a algún tiempo sabemos que nuestras
vidas están llenas de errores y de pecados, y varios tipos de negación. Pero también
hemos descubierto que Él sigue mirando, y nos
llama a sí mismo.
“Que
también nosotros podamos encontrar el valor de levantar la mirada y dejarnos
“mirar en los ojos” de Jesús: si reconociéramos quienes somos y a quién
pertenecemos, obtendríamos la fuerza para dar testimonio del modo más auténtico
y oportuno frente a todos y en toda circunstancia.”[2]