domingo, 20 de mayo de 2012

¿Qué quieres que te haga?

¿Qué quieres que te haga?
Lucas 18:35-43
Los milagros que Jesús realizó estando aquí en este mundo fueron apenas una leve demostración de su inmensurable amor. En esta pequeña investigación trataremos de volver al pasado, entrar en el mundo del Nuevo Testamento con la intención de ampliar nuestro conocimiento en la grande hazaña de Jesús, en la vida del ciego de Jericó.

En la texto aquí seleccionado encontramos en Lucas 18:35-43. La localización geográfica del milagro son la cercanías de Jericó;  Los personajes son: Jesús, la multitud, el ciego, los que iban a frente y también el pueblo. El pasaje relata la curación del ciego de Jericó, seguida de conversión y alabanza a Dios. .

De acuerdo con Mateo 20:30 Jesús sano a dos hombres ciegos en esta ocasión, pero Lucas y Marcos sólo menciona a uno de ellos, a Bartimeo (Mc 10:46).

Cuando Bartimeo escuchó que Jesús había venido, clamó: “Jesús, hijo de David”. Jeremías había profetizado que el Mesías descendería del rey David, el gran rey de los judíos (Jer 23:5). Y la profecía de Jeremías se cumplió (Mat 1:1,6,20-21; Rom 1:2-3). Bartimeo, aunque era ciego, reconoció a Jesús como el Mesías. Y aunque la multitud lo reprendía, el persistía en su clamor.
Jesús preguntó a Bartimeo, “¿Qué quieres que te haga?” (Lc 18:41). Jesús le preguntó esto para que la multitud supiera que Bartimeo no pedía dinero sino que se le diera la vista. Jesús también nos pregunta a nosotros: “¿Qué quieres que te haga?” Él quiere que le digamos exatamente ló que queremos.

Era obvio que el ciego procuraba recobrar la vista. Sin embargo, como era su costumbre, Jesús deseaba que el suplicante presentara un pedido específico como reconocimiento de su necesidad y como demostración de su fe. Sin embargo, no fue sólo por Bartimeo mismo que Jesús hizo esta pregunta. Deseaba que los testigos del suceso entendieran mejor el significado del milagro.

CONCLUSIÓN
Este pasaje nos presenta, sobre  todo, un ejemplo consolador de la bondad y compasión de Cristo. Se nos dice que cuando el ciego continuaba su ruego, nuestro Señor se detuvo y mandó que se lo trajesen. Él iba a Jerusalén a morir; asuntos de grande importancia ocupaban le la mente; y no obstante, se dignó detenerse para dirigir palabras de ternura a un desdichado. Preguntó le lo que quería, y él contestó ansiosamente: “Señor, que reciba la vista.” Jesús le dijo al punto: “Recibe la vista, tu fe te ha salvado.” Acaso esa fe era pequeña y estaba mezclada con muchos errores; pero había impelido al hombre a dirigirse a Jesús y a seguir gritando a despecho de las amonestaciones que se le hacían. Y como acudió con fe nuestro Señor no lo rechazó.

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