Lucas 18:35-43
Los
milagros que Jesús realizó estando aquí en este mundo fueron apenas una leve
demostración de su inmensurable amor. En esta pequeña investigación trataremos
de volver al pasado, entrar en el mundo del Nuevo Testamento con la intención
de ampliar nuestro conocimiento en la grande hazaña de Jesús, en la vida del
ciego de Jericó.
En la texto aquí
seleccionado encontramos en Lucas 18:35-43. La localización geográfica del
milagro son la cercanías de Jericó; Los
personajes son: Jesús, la multitud, el ciego, los que iban a frente y también
el pueblo. El pasaje relata la curación del ciego de Jericó, seguida de
conversión y alabanza a Dios. .
De acuerdo con Mateo
20:30 Jesús sano a dos hombres ciegos en esta ocasión, pero Lucas y Marcos sólo
menciona a uno de ellos, a Bartimeo (Mc 10:46).
Cuando Bartimeo escuchó
que Jesús había venido, clamó: “Jesús, hijo de David”. Jeremías había
profetizado que el Mesías descendería del rey David, el gran rey de los judíos
(Jer 23:5). Y la profecía de Jeremías se cumplió (Mat 1:1,6,20-21; Rom 1:2-3).
Bartimeo, aunque era ciego, reconoció a Jesús como el Mesías. Y aunque la
multitud lo reprendía, el persistía en su clamor.
Jesús preguntó a
Bartimeo, “¿Qué quieres que te haga?” (Lc 18:41). Jesús le preguntó esto para
que la multitud supiera que Bartimeo no pedía dinero sino que se le diera la
vista. Jesús también nos pregunta a nosotros: “¿Qué quieres que te haga?” Él quiere que le digamos exatamente ló que queremos.
Era obvio que el ciego
procuraba recobrar la vista. Sin embargo, como era su costumbre, Jesús deseaba
que el suplicante presentara un pedido específico como reconocimiento de su
necesidad y como demostración de su fe. Sin embargo, no fue sólo por Bartimeo
mismo que Jesús hizo esta pregunta. Deseaba que los testigos del suceso
entendieran mejor el significado del milagro.
CONCLUSIÓN
Este pasaje nos presenta,
sobre todo, un ejemplo consolador de la
bondad y compasión de Cristo. Se nos dice que cuando el ciego continuaba su
ruego, nuestro Señor se detuvo y mandó que se lo trajesen. Él iba a Jerusalén a
morir; asuntos de grande importancia ocupaban le la mente; y no obstante, se
dignó detenerse para dirigir palabras de ternura a un desdichado. Preguntó le
lo que quería, y él contestó ansiosamente: “Señor, que reciba la vista.” Jesús
le dijo al punto: “Recibe la vista, tu fe te ha salvado.” Acaso esa fe era
pequeña y estaba mezclada con muchos errores; pero había impelido al hombre a
dirigirse a Jesús y a seguir gritando a despecho de las amonestaciones que se
le hacían. Y como acudió con fe nuestro Señor no lo rechazó.
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