domingo, 20 de mayo de 2012

Lloró amargamente

Lloró amargamente
Lucas  22:61-62
En este último cuadro de la negación de Pedro vemos que Lucas introdujo un pequeño pero muy profundo detalle. Al instante que Pedro niega Jesús por tercera vez y oye el cantar del gallo, “Entonces, vuelto el Señor, miró a Pedro; y Pedro se acordó de la palabra del Señor, que le había dicho: Antes que el gallo cante, me negarás tres veces.
Esa mirada tuvo que haber devastado a Pedro de varias maneras. Cuando el Señor nos mira en nuestro pecado y rechazo, lo que sentimos es abatimiento amargura y profunda tristeza. La verdad es que: el Señor nos ve todo el tiempo, en nuestros diversos errores, pecados, negaciones y rechazos.
¿Qué fue esta mirada? ¿Qué Pedro vio en los ojos de Jesús? ¿La mirada significo: “yo te dice”? No creo que el Señor se regocijo con el hecho de Pedro.
¿Jesús miro a Pedro con ojos de ira y juicio? No creo que Él haría. Jesús nos ama incondicionalmente (Rom 5:8).
Aquella mirada no significo: “¿Como tu ha podido hacer eso?” No creo que la mirada de Jesús comunico dolor personal. Jesús no vino para sobrecargarnos con culpa, más bien, para eliminarla.
Creo que aquella mirada fue amor puro y santo, que no suportamos contemplar cuando estamos en nuestro pecado. En nuestra justicia propia, podríamos entenderlo, y hasta aceptarlo con una mirada de ira, decepción, dolor o quizá palabras como: “yo te dice”. Pero cuando el Señor continua a mirar a nosotros con amor puro y inmaculado, eso nos quita toda justicia propia y nos hace ver el amor santo rechazamos. No podemos suportar Jesús nos mirando, con ese amor puro y santo cuando fallamos tan miserablemente. Así que, como Pedro, volvemos nuestro rostro y lloramos amargamente, cuando fallamos con nuestro Señor.
“Lloró amargamente. Si Pedro hubiera procurado hacer caso a la amonestación de Jesús de velar y orar (Mt 26:41) con tanto fervor como el que manifestaba ahora al llorar por sus palabras de traición, nunca las hubiera pronunciado. Pero a pesar de que a Pedro sin duda le parecía que todo estaba perdido -hasta su misma persona-, el amor del Salvador lo reanimó y le ayudó a superar este trágico episodio. Lo mismo puede ocurrirnos a nosotros. Ninguna hora es tan oscura, ninguna experiencia de dolor y de chasco es tan amarga, como para que la luz del amor de Jesús no pueda fortalecernos y salvarnos.[1]
 
Conclusión
Si, cuando pecamos contra el Señor, pudiéramos seguir mirando a la cara, veríamos que este santo amor nos acepta. Él nos perdona y nos limpia. Líbranos de la culpa y nos remueve la vergüenza. Sana a los abatidos y levanta el indigno. Si pudiéramos contemplar el rostro del Señor, veríamos una mirada amable que dice: "Venid a ".
Es la cara de Aquel que ama de tal modo que vence a nuestro pecado. Incluso, lleva nuestra culpa como siendo suya. Un amor que nos une a sí mismo. Mira esa cara, mediante la fe, implica sentir y conocer el amor más santo, más sacrificial y redentor posible.
El mayor problema de Pedro no fue por haber negado a Jesús tres veces. Él fue restaurado de eso. Nuestro mayor problema no es negar o decepcionar a Jesús. El mayor problema de Pedro fue que él salió y lloró solo, en lugar de correr para el rostro amoroso de Jesús. Nuestro mayor problema es quitar o alejar nuestros ojos de Jesús. Jesús quitó nuestros pecados. Tenemos que mirar y seguir mirando a Él hasta que nos regocijamos en su aceptación amorosa. Como creyentes a algún tiempo sabemos que nuestras vidas están llenas de errores y de pecados, y varios tipos de negación. Pero también hemos descubierto que Él sigue mirando, y nos llama a sí mismo.
Que también nosotros podamos encontrar el valor de levantar la mirada y dejarnos “mirar en los ojos” de Jesús: si reconociéramos quienes somos y a quién pertenecemos, obtendríamos la fuerza para dar testimonio del modo más auténtico y oportuno frente a todos y en toda circunstancia.”[2]


[1]  WHITE, Elena G., Deseado de Todas las Gentes. p 345.
[2] ZEVINI, Giorgio; CABRA Pier G., Lectio Divina Para La Vida Diaria, El Evangelio de Lucas, Navarra: Verbo Divino, 2009, p 474.

No hay comentarios:

Publicar un comentario